sábado, 28 de diciembre de 2013

La aldea de los caníbales

Doy gracias a Dios por poder escribir este relato. Y lo puedo escribir porque he sobrevivido a unos acontecimientos de lo  más horrible. Yo he sido siempre un hombre emprendedor, me ha gustado viajar por lugares insólitos y adentrarme en lo más oscuro e inhóspito de nuestro planeta. Nunca le había tenido miedo a nada hasta que hice mi último viaje. No voy a decir el lugar ni voy a hacer referencia alguna  a su entorno porque no quisiera que por mis indicaciones alguien se adentrara en aquella selva y matara a unos hombres que en el fondo son de lo más puro que haya podido existir nunca en ninguna civilización. También me he considerado un hombre viril, y parte de lo que me ha ocurrido tiene que ver con esto.
Sin más preámbulo los hechos sucedieron del siguiente modo:
Como suelo hacer en mis viajes voy en avión hasta el lugar más cercano a mi destino. Tal y como he mencionado antes no voy a dar detalles de ningún tipo relacionados con este asunto. El caso es que llegué al pequeño aeropuerto y allí me esperaba un hombre con un vehículo  cuatro por cuatro que había contratado previamente. Aunque él me insistió en acompañarme yo rechacé su oferta y preferí viajar solo, tal y como siempre he hecho. Me proporcionó una especie de mapa hecho a mano sobre una zona que prácticamente nadie había visitado y me deseó suerte. Tuve que darle una fuerte suma de dinero como fianza del vehículo, porque el tipo tenía en mente que no lo volvería a ver jamás.
Con el depósito lleno de gasolina y unas cuantas garrafas de relleno para el camino emprendí la ruta de ciento treinta y seis kilómetros que me separaban del ansiado destino. Un camino tortuoso pero gratificante, debido a la riqueza vegetal y animal existente en aquella selva. De este modo llegué con el vehículo hasta quince kilómetros de mi destino, momento en el que el acceso motorizado se volvió imposible y me vi obligado a realizar a pie el resto del trayecto.
La referencia que tenía del poblado buscado era de un nativo que había sido capturado por unos cazadores furtivos, que le interrogaron y le sacaron información. Entre los furtivos había nativos de tribus cercanas, que no mantenían relaciones con ellos pero que de una manera primitiva podían entenderse a base de una mezcla de gestos y sonidos guturales. Aquellos furtivos cometieron un tremendo error con el nativo, le dieron de comer carne de cerdo y le dijeron que su extraordinario sabor residía en que el animal antes de ser sacrificado había sido capado. El cerebro del nativo retuvo la información.
Cuando se disponían a hacer el viaje de regreso, el nativo desapareció soltándose de un modo magistral de las cuerdas que le habían puesto. No volvieron a verlo.
Uno de estos furtivos, cuando estaba borracho en una cantina lejana del lugar le contó esta historia a alguien que posteriormente me la contó a mí. Además, como no tenía dinero para pagar la consumisión le entregó un plano del lugar en el que se encontraba la aldea. Ese es el plano que el guía me ha proporcionado a mi llegaba al aeropuerto.
Llegué a la población abiertamente diciendo el nombre del nativo que había sido raptado y mostrando unos obsequios para el líder de la tribu. Los pequeños hombres me rodearon y me hicieron gestos para indicarme el lugar de su líder. Allí estaba sentado sobre una especie de piel que al principio me pareció semitransparente y como de color marrón oscuro, unida entre si por muchos trozos pequeños, aunque no me percaté entonces, se trataba de piel humana. También me llamó la atención la gran cantidad de calaveras y de huesos que había por todas partes a modo de adornos.
Hice una reverencia al jefe y le entregué los presentes que había llevado dejándoselos a sus pies. Me miró con cara de sorpresa y luego lanzó una desgarradora carcajada que me dejó helado. Parecía que su voz riéndose salía de ultratumba. Más tarde hizo una mueca con la boca y entre dos hombres me llevaron a una choza y me ataron de pies y manos dejando mi vista libre a un orificio que tenía la propia choza, y desde el que se veía una explanada con una piedra hueca a modo de gran olla.
Permanecí así varias horas, quedándome dormido a ratos hasta que de repente se formó un jolgorio en el exterior y pude ver cómo decenas de hombres de la aldea portaban a otro hombre, parecido a ellos, aunque algo mayor de tamaño y lo ponían sobre una tabla junto a la olla de piedra. El hombre chillaba como un animal porque sabía que su final estaba cerca. Pero lo más terrible fue ver cómo era castrado antes de ser introducido en la olla. Fue terrible. En ese momento no caí en la cuenta, pero al cabo de unos segundos recordé al nativo secuestrado al que le ofrecieron cerdo capado. ¡Habían aprendido que al castrar a sus víctimas el sabor de la carne era mejor! Dios Santo, el siguiente en ser devorado por aquellos caníbales, y por supuesto, castrado previamente, iba a ser yo.
Observé el terrible espectáculo hasta que el menú fue terminado.  Más tarde se marcharon, probablemente hasta la próxima comida en la que yo sería el plato principal. En ese momento supe que moriría y que momentos antes, estando aún vivo sería castrado, lo cual me aterrorizaba aún más que si me mataran directamente. Ante esta expectativa de terror me desmayé.

Llegó la noche y alguien me despertó tocándome la cara. Abrí los ojos y pude ver al guía del aeropuerto vestido como los nativos de la aldea. Me soltó y a oscuras me llevó fuera de la aldea. Allí en una especie de poni me llevó hasta donde estaba el vehículo. Nos marchamos hacia el aeropuerto. En una especie de pequeño hotel  permanecí dormido durante tres días enteros. Al despertar, el guía me contó que otros antes que yo habían intentado visitar la aldea de los caníbales y habían sido devorados. Pero en estos momentos, él estaba necesitado de dinero y pensó que si me rescataba podría ofrecerle la importante suma que necesitaba. No se equivocó. Por el hecho de haberme salvado la vida le habría pagado esa suma multiplicada por diez, cosa que por supuesto no le dije…

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